En este post nos gustaría llamar la atención sobre la caja/estuche, que forma parte de uno de los proyectos de Iñigo Royo presentados en Artium el pasado verano, que conlleva una colección de fotografías con textos del Quijote, trabajo que ya ha sido adquirido por diversas Entidades de Gipuzkoa, Bizkaia y Araba.
Estas fotografías han sido hechas contra un muro en diferentes momentos del día y en diferentes días y con ellas va incluido el texto que mostramos a continuación. Una vez más, Iñigo nos sorprende con su trabajo.
“Carta a Mariano.
Hola Mariano, te escribo estas líneas con el fin de compartir contigo y de recordarme a mí mismo algunos de los motivos que en su día me impulsaron a realizar este “Donde se cuenta lo que en ellas se ve”.
Cuando vuelvo la vista atrás y me encuentro con las imágenes de algún trabajo que he hecho hace ya unos años no puedo evitar el preguntarme: ¿por qué lo hice?
Al margen de la crisis de los cuarenta (suena a broma pero no lo es) y de la cierta necesidad de hacer unas fotos en soledad, tras un tiempo en el que había estado liado en el intento agridulce de sacar adelante un par de cortometrajes, lo cierto es que el tiempo había ya borrado en mí el odio que durante mi época de colegial había incubado hacia “El Quijote” y había decidido que ya era el momento de leerlo.
Descubrí entonces que la historia del caballero de la triste figura es, también (y como es obvio), un juego sobre la apariencia de las cosas, sobre la imposibilidad de concretar lo real. En ese sentido, me pareció que el quijote es un libro muy “fotográfico”, porque justamente enlaza con uno de los aspectos que, entonces como ahora, más me interesa de la fotografía: su inutilidad para definir, con la certeza que le suponemos, aquello que mira.
La fotografía es una mano torpe, casi insensible, incapaz de concretar aquello que palpa. Así que me puse delante de una pared grande, rotunda, y con tizas fui escribiendo durante semanas algunos fragmentos del quijote, justamente aquellos en los que pudiera percibirse ese juego de espejismos que se dan cita en la novela. Y los fotografié mediante un encuadre preciso y cuadrado. En una esquina coloqué la cámara de fotos de juguete de mi hija Irene. Única cámara que, como ella con sus tres años claramente entendía, era capaz de mostrar con exactitud en qué consiste eso de la objetivación de lo real.
Con respecto al epílogo…, el texto recoge la muerte de Alonso Quijano, se abre el encuadre, la cámara de juguete desaparece, otras apariencias se entremezclan en la imagen y todos volvemos a hacernos los tontos, a simular que las cosas, ¡cómo no!, son de una determinada manera.
Por ahí creo recordar que andaban las intenciones. Sin embargo y como resulta frecuente, percibo una distancia entre intenciones y resultados. No tengo duda de que eso que hasta ahora te he contado está ahí. Pero ahora, al ver estas copias, siento que el trabajo es también otra cosa, que esas razones se debilitan ante la fisicidad del trazo, de la pared parcheada, del individuo que, insistente, se pone a escribir en una pared con una letra que aprendió en su infancia, de ese cielo que asoma, de esa luz cambiante, del confuso recuerdo del derribo de aquella pared unos años más tarde…
Iñigo”